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Sobre el mercado eléctrico

Tiempo de lectura: 9 minutos

Salimos de nuestra zona de confort

En este blog solo se ha hablado de temas sobre la oposición al Cuerpo de Ingenieros Industriales del Estado o sobre el acceso a la Función Pública. Hoy vamos a hacer una excepción.

El sector eléctrico viene recogido en el programa de la oposición en al menos tres temas. Por otro lado, muchos miembros del cuerpo trabajan en la Secretaría de Estado de Energía. Por ejemplo, el actual Director General de Política Energética y Minas y el Subdirector General de Energía Eléctrica son Ingenieros Industriales del Estado.

Dadas las circunstancias actuales, y considerando que como Ingenieros Industriales del Estado podemos dar algo de información sobre el sector, hemos optado por escribir esta entrada temática. Es la visión del autor del post. Puede contender imprecisiones y quizá algún error conceptual, que podéis poner en los comentarios. No obstante, una persona no familiarizada con el sector igual puede sacar alguna idea relevante.

La electricidad es un bien algo particular

Vender electricidad, en el fondo, es lo mismo que vender tomates. Los tomates se producen, se transportan, se distribuyen y al final se acaban vendiendo. Con la electricidad pasa lo mismo, hay que producirla, transportarla, distribuirla y venderla.

El matiz viene con varios hechos relevantes:

  • Los tomates se pueden almacenar, por ejemplo en una cámara frigorífica. La electricidad no. Si se produce un kWh, alguien tiene que consumirlo en algún lado.
  • Los tomates pueden viajar por tierra, mar y aire. La electricidad no. Necesitas una red para que llegue desde el productor al consumidor. Además, esta red solo sirve para eso, para canalizar electricidad. No puede llevar tomates, por ejemplo.
  • Se podría llegar a saber de dónde han salido los tomates que has comprado. Con la electricidad no. Alguien podría intentar ir aguas arriba de su frutero de referencia y conocer al agricultor. Para ello podría visitar la merca en la que aquel se provee, preguntar a la persona que está allí quién es el agricultor que le ha proporcionado el tomate de su frutero y así poder contactar con él. El hecho de que la electricidad viaje por una red mallada hace esto imposible. Los productores vierten su electricidad a la red y de ella la toman los consumidores (con miles de matices).
  • Relacionado con lo anterior, no todos los tomates son iguales. Toda la electricidad sí lo es. Los kWh producidos por una central nuclear o un ciclo combinado son indistinguibles de los producidos por una central eólica o fotovoltaica. Aunque pueda parecer mentira, estas dos últimas no pintan su electricidad de verde.

Estos hechos condicionan bastante el mercado eléctrico.

Hay que pagar la electricidad y lo que cuesta que te llegue

Cuando uno compra un kilo de tomates nadie suele plantearse lo que costó producir ese kilo, transportarlo, distribuirlo y venderlo. Pagas lo que te dicen y santas pascuas. De alguna manera, los tomates encuentran su camino para llegar a la frutería. Cada eslabón de la cadena paga al anterior y el último fija el precio para el cliente final. Ahora mismo con la electricidad no pasa eso.

Por un lado, hay que pagar lo que cuesta producir cada kWh. Por el otro, hay que pagar todos los costes en los que se incurre para que esa electricidad te pueda llegar a casa. En lo sucesivo se supondrá que nadie actúa con ánimos de falsear el mercado (el precio de la electricidad) y que todos los costes están justificados.

Tiene sentido que cada uno pague por lo que recibe. Si consumes 2 kWh deberías pagar el doble que si consumes solo 1 kWh.

El resto de costes, al menos de forma intuitiva, deberían ser costeados entre todos aquellos que consuman electricidad. Como ya se ha dicho, la electricidad solo puede ir por las redes construidas para esos efectos y por esta red no viaja nada más. Hay agentes que actúan de manera específica en este mercado. Existen otros costes que parecen estar estrechamente ligados a la actividad, por lo que parece justificado que se pague entre todos los usuarios.

Si aceptamos lo anterior, toca hablar de cómo fijamos el precio de la electricidad y cómo repartimos el resto de costes.

El mercado de la electricidad

De forma muy simplificada, el precio de la electricidad se calcula pidiendo las centrales que digan cuanto pueden producir y el precio de esa electricidad y a los consumidores cuánto necesitan y cuánto estarían dispuestos a pagar.

Teniendo esta información se puede construir una curva de oferta y otra de demanda y ver dónde se cruzan. La de oferta, por ejemplo, se construiría del siguiente modo (la de demanda se construiría de manera análoga).

  • Ordeno de menor a mayor los precios de la electricidad ofertada.
  • La primera central a la que llamaré a producir será aquella que sea la más barata. Si al final solo ella produce, se le pagará lo que ella haya pedido.
  • La segunda a la que se llamará será la segunda más barata. Si esta entra en funcionamiento, a la primera y a la segunda se les paga el precio que dijo la segunda.
  • Seguimos así hasta la última. Con ella cubrimos toda la demanda. No hace falta que entre ninguna otra. Pagaremos a todas lo que esta última haya pedido.

A partir de aquí hay que hacer más cosas. Por ejemplo, pudiera suceder que la central ‘n’ ha dicho que va a producir 100 MW, pero, por motivos técnico achacables a la red, solo puede producir 80 MW. Alguien tendrá que producir los 20 MW que faltan en una segunda iteración. Otra cosa que puede suceder es que alguien el mismo día falle y, de nuevo, haya que cubrir ese hueco (generación ha de ser igual a demanda en todo momento). Siendo aspectos tremendamente relevantes desde un punto de vista técnico, lo que sigue no se ve alterado sustancialmente por ellos.

El método que se ha descrito para fijar el precio de la electricidad es marginalista, es decir, el último que entra es el que fija el precio para todos.

Posibles alternativas a un mercado marginalista

Mucha gente ve muy mal esta forma de fijar los precios de la luz. Consideran que a cada uno habría que pagarle lo que ha pedido. De este modo desaparecerían los ‘beneficios caídos del cielo’ y la electricidad podría ser más barata. Sobre esto comentaré la conclusión que saqué de la explicación que me dio un antiguo Director General de Política Energética y Minas.

Una central hidráulica o nuclear oferta a precios muy bajos porque sabe que el precio que le acabarán pagando será el del mercado. Solo por eso su electricidad figura que es tan barata. Si le fueran a pagar el precio que ella pidió, me juego la mano que no ofertaría tan barato. Seguramente intentaría adivinar cuál va a ser el precio de la última central y pida un pelín menos, al fin y al cabo, toda la electricidad es igual. Según este Director General, esta situación provocaría que todo el mundo tendería a jugar a adivinar precios, siendo esperable una subida de estos.

Alguien podría decir, no damos como válidos precios estén inflados. Como idea está muy bien. Solo tiene un problema, ¿en base a qué criterio podemos determinar que un precio está inflado? La metodología del cálculo de la retribución del transporte y la distribución nos puede dar una pista.

La dificultad de saber los costes de las empresas

Con esta última lo que se pretende es pagar lo que cuesta transportar y distribuir la electricidad. Alguien podrá decir, chupado, se lo preguntamos a las empresas y les damos lo que pidan. Perfecto. De nuevo, solo hay un problema. Si hacemos esto las empresas tienen un incentivo brutal a mentir y tenemos manera de saber si lo que dicen es cierto o no. Para luchar contra esto existe la contabilidad regulatoria. En resumen, esta es un proceso a través del cual se pretende que las empresas den a la Administración datos reales y comparables en base a costes, a partir de los cuales fijar su retribución. Esta se revisa continuamente para que no paguemos cosas que no estén justificado con dinero de todos. El diseño de esta contabilidad no es algo trivial y llevarla a cabo tampoco. Para nadie, ni para el controlado ni para el controlador.

El hecho de que los precios reales de las centrales no sean fáciles de determinar por un tercero podría provocar que, seguramente, cerrar contratos bilaterales entre centrales baratas y consumidores tampoco sea una solución viable. Si lo que yo produzco es indistinguible de lo que produce otro, y sé que ese otro va a acabar cobrando un precio más alto al mío, ¿qué incentivo tengo yo para fijar un precio barato por mi energía? De nuevo, lo racional parece ser jugar a predecir lo que va a hacer e resto y pedir algo parecido.

A la vista de lo anterior parece quedar claro que se podrían diseñar sistemas alternativos al que ahora mismo existe, pero no suelen ser soluciones sencillas y generalmente tienen efectos indeseados. En términos generales los mercados funcionan mejor.

Ventajas de los mercados

En contra de lo que uno pueda pensar, los mercados son sistemas perfectos para la intercambio de información y coordinación. En este episodio de Freakonomics se expone que nadie en el planeta Tierra es capaz de fabricar un lápiz partiendo de cero. Gracias a los mercados, los distintos agentes se coordinan para que tú puedas tener uno en cualquier papelería.

Lo que dice la teoría económica es que en un mercado marginalista (competitivo) todos los agentes tienen un incentivo a declarar sus costes. En el temario de la oposición esto se ve, principalmente, en los temas 2 y 12 del grupo III. Si declaro mis costes, si salgo casado al menos los cubro. Si me paso de listo y pido un euro más, puede suceder que el precio quede fijado en 40 céntimos menos al que yo diga, en cuyo caso he hecho el primo, ya que diciendo la verdad podría haber ganado 60 céntimos.

Otra cosa que también mencionaba ese Director General es que en cualquier mercado nadie se para a pensar en los costes de los productos para intentar regatear. De alguna manera, todos aceptamos los precios. Si vemos dos cosas iguales, tendemos a esperar el mismo precio (o al menos uno muy parecido). Por ejemplo, cuando alguien va a alquilar un piso ve precios semejantes ante viviendas semejantes y todo el mundo acepta el precio que se le exige (tras un poco de regateo, vale). A nadie se le ocurre investigar si la hipoteca está pagada o no y en base a eso pedir una rebaja (lo podéis intentar, pero creo que no os va a funcionar).

De alguna manera, esa es una de las ventajas del mercado. Si lo haces mejor, ganas más. En el caso de la electricidad no podemos negar que esto es bastante discutible, en la medida que tampoco es tan fácil poner nuevas centrales e intentar ganar dinero con tecnologías más baratas que la marginal.

No siendo un mecanismo perfecto, un mercado competitivo tiene ventajas, siendo quizá la más relevante su capacidad de disciplinar a los agentes.

Posibles soluciones

Actuando por el lado de la oferta, una posible solución es fijar impuestos con los que recuperar los ‘beneficios caídos del cielo’ y destinar este dinero a bajar la factura.

Por el lado de la demanda, si admitimos como válido que la forma de determinar el precio no debe ser modificada, se podría subvencionar a los consumidores que más lo necesitaran. Ahora bien, si no nos queremos apartar del óptimo que fija el mercado, la idea es que las empresas sigan recibiendo su dinero. Podrán caer mejor o peor, pero si admitimos de nuevo que no están haciendo nada malo, no parece descabellado que quieran cobrar su parte.

Se ha mencionado repetidas veces que se asume un buen comportamiento de las empresas. Si no fuera el caso, la solución no es cambiar las reglas del juego, sino sancionar a las que lo hayan hecho mal.

Mención al caso actual

Ahora mismo quien fija el precio del mercado es el gas. El precio del mismo está subiendo en los mercados internacionales. Además, como contamina, tiene que pagar derecho de emisión, que también son cada vez más caros. Por tanto, la solución obvia para bajar la luz es que desaparezca esta tecnología del mix.

Para esto hay dos opciones, reducir de manera salvaje nuestro consumo o incrementar también de manera salvaje la producción de una tecnología más barata. No parece que en el corto plazo esto vaya a ser posible.

Costes a repartir

Simplificando mucho, hay dos factores en base a los cuales se puede repartir cualquier coste en un sistema eléctrico. El primero sería la energía que consumes y el segundo la potencia máxima que podrías demandar en un momento dado. La primera podría correlacionar con cualquier cosa que mida el uso y la segunda con la demanda de capacidad.

Quizá exista algún factor adicional, pero seguramente con estos dos se pueden repartir casi todos los costes en los que se incurre en el sector eléctrico. A partir de ahí se pueden hacer todas las filigranas que a uno se le ocurra, como, por ejemplo, intentar modificar los patrones de conducta mediante un mayor coeficiente de reparto a determinadas horas.

Lo que debe quedar claro es que los coeficientes que se han determinado se han establecido para recaudar el dinero previsto para pagar todos los costes. Por tanto, nos pongamos como nos pongamos, de una manera u otra todos estamos contribuyendo a este fondo común.

Conclusiones

Por mucho que nos pese, las cosas cuestan lo que cuestan y hay que pagar su precio. Para que quede claro, se está asumiendo corrección en el comportamiento de los agentes e idoneidad en la fijación de los costes. Pudiese suceder que alguna de estas dos afirmaciones no fuera del todo cierto. Aún y así, eso no quita que haya que pagar el precio de las cosas.

Las reglas del juego son las que son y aplican a todos los agentes que se quieran implantar en el sector. De este modo, parece poco probable que un nuevo entrante pueda provocar una bajada apreciable en los precios de la electricidad a corto plazo. Probablemente tampoco para sus clientes de forma sostenida en el tiempo.

Se pueden cambiar las reglas del juego, pero esto supondría un cambio en los incentivos de los agentes cuyos efectos quizá no sean fáciles de prever. La fijación de precios en este sentido es algo indeseable, en la teoría y en la práctica.

La capacidad instalada en la actualidad es la que es y en el corto plazo no parece factible cambiar su composición. Hay mucha renovable, capaz de producir a precios baratos. Si con ella no se cubre toda la demanda habrá que aceptar que el precio lo fije una tecnología no renovable.

Los costes del sistema hay que recuperarlos de una manera u otra (se asume que están justificados y no se paga más de lo estrictamente necesario). Evidentemente, si se saca algún componente de la factura, esta se abarata. Ahora bien, ese dinero seguramente se siga pagando vía Presupuestos Generales del Estado, a los que todos contribuimos vía impuestos. Estamos vistiendo un santo desvistiendo a otro. La alternativa es aplazar el pago, en cuyo caso sería pan para hoy y hambre para mañana. No parece una solución mejor.

Otra opción es bajar los impuestos incluidos en la factura. Podría parecer una buena solución, ya que claramente baja la factura. Desgraciadamente con esos impuestos se pagan otras cosas. Si aceptamos como válido que todos los gastos del Estado son necesarios, de nuevo estaríamos vistiendo un santo desvistiendo otro.

Con todo esto no quiero trasladar una visión pesimista, pero espero que haya quedado claro que no hay una solución evidente ni sencilla.

El tema es polémico. Se aceptan todos los comentarios que puedan enriquecer el debate.

Contacto y comentarios

Como siempre, puedes ponerte en contacto con nosotros aquí para tratar el contenido de este post o cualquier otro relacionado con la oposición.

Del mismo modo, agradeceremos cualquier comentario que quieras poner a esta entrada o cualquier otra del blog.

2 Comments

  1. David dice:

    Gracias por el post, muy necesario ahora mismo.

    Solo una idea vaga, pero me da la impresión de que el método marginalista asume que no todos los actores acabarán vendiendo su electricidad. Pero si todos saben que la demanda no se cubrirá en renovables, ¿no intentarían averiguar lo que pide el más caro?.

    • No hay ningún incentivo a averiguar ese precio, salvo que haya entendido mal tu comentario.

      Como todo el mundo sabe que acabará cobrando lo que diga el último, no hay ninguna necesidad de averiguar nada. Ese precio acabará aflorando.

      Cada uno dice el precio con el que se conformaría. Si le dan solo eso, ya le va bien. Si le dan más, maravilloso.

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